sábado, 1 de septiembre de 2012

La mente sin murallas


No sé si en sus paseos han reparado ustedes en una larga y estrecha alberca que hay junto al río. Deben haberla excavado algunos pescadores, y no está conectada con el río. Éste fluye firmemente, ancho y profundo, pero la alberca se halla saturada de desperdicios porque no se conecta con la vida del río y no contiene peces. Es una alberca estancada, y el río profundo, lleno de vigor y vitalidad, pasa velozmente de largo.

¿No creen ustedes que así son los seres humanos? Cavan una pequeña alberca para sí mismos lejos de la rápida corriente de la vida, y en esa pequeña alberca se estancan, mueren; y a este estancamiento, a este deterioro lo llamamos nuestra existencia. O sea, que todos anhelamos un estado de permanencia; queremos que ciertos deseos duren para siempre, ansiamos placeres que no terminen nunca. Cavamos un pequeño agujero y en él nos atrincheramos con nuestras familias, con nuestras ambiciones, nuestras culturas, nuestros temores, nuestros dioses, nuestras diversas formas de adoración, y allí morimos, dejando que pase la vida - esa vida que no es permanente, que cambia continuamente, que es tan rápida, que tiene profundidades tan enormes, una vitalidad y una belleza tan extraordinarias.

¿No han advertido que si se sientan quietamente a la orilla del río pueden escuchar su canto - el suave chapaleteo de las olas, el sonido de la corriente que pasa? Siempre hay una sensación de movimiento, un movimiento extraordinario hacia lo más ancho y profundo. Pero en la pequeña alberca no hay movimiento alguno, sus aguas se hallan estancadas. Y, si observan bien, verán que esto es lo que desea la mayoría de nosotros: pequeñas albercas estancadas lejos de la vida. Decimos que nuestra “existencia de alberca” está bien, y hemos inventado una filosofía para justificarla; hemos desarrollado teorías sociales, políticas, económicas y religiosas en apoyo de esa filosofía, y no queremos que se nos perturbe porque lo que perseguimos es un sentido de permanencia.

Ahora bien, para una mente que no tiene murallas, que no está recargada con sus propias adquisiciones y acumulaciones, con su propio conocimiento, para una mente que vive con un sentido de intemporalidad, de inseguridad, la vida es algo extraordinario. Esa mente es la vida misma, porque la vida no tiene un lugar de reposo. Pero casi todos nosotros queremos un lugar de reposo; queremos una pequeña casa, un nombre, una posición, y decimos que estas cosas son muy importantes. Exigimos permanencia y creamos una cultura que se basa en ese requerimiento, inventando dioses que no son dioses en absoluto sino meras proyecciones de nuestros propios deseos.

Una mente que busca permanencia pronto se estanca como esa alberca paralela al río, pronto se llena de corrupción y deterioro. Sólo la mente que no tiene murallas ni apoyos ni barreras ni lugar de reposo, que se mueve completamente con la vida, eternamente avanzando, explorando, estallando, sólo una mente así puede ser feliz, perpetuamente nueva, porque es en esencia creativa.

El propósito de la educación
Krishnamurti

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