miércoles, 29 de mayo de 2013

Zen

De la simplicidad de su aleteo
se aprendió, súbitamente,
lo más sagrado en medio de aquel caos sostenido.
Las hojas se movían suaves
enunciando una danza desoída
y simple
al desacompasado aire de la tarde.

El brillo que en aquel instante reflejaban,
traspasó el velo de lo desconocido
revelándose en la más sublime magnificencia
que recogieron los ojos perplejos desde la ventana.

En aquel hospital yacía su bebé y
ella, sostenida al borde de su lecho largos días y noches,
atravesó en aquel sencillo rapto
toda la distancia antes nunca recorrida
y, sin moverse,
descubrió las profundidades de la comprensión
desde el verde que por momentos se hacía de plata.

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