Somos el tiempo, dice Borges.
El que nos queda, añade Caballero Bonald.
Somos hechos de tiempo y en el tiempo.
Memoria acumulante, eco de queja
pretenciosa,
callada,
necesaria,
lo que se desvanece en los días de niebla.
Los ríos y los griegos,
el mar en que se acaban
el oro y las monedas;
no hay modo de acuñar el tiempo,
dice el poeta ciego,
¿cómo iba a irme sin saber?, añade el otro.
Y, sin embargo, esclavos,
siendo el tiempo de oro
y nosotros del tiempo
nada en el silogismo rescata la certeza:
cuando de su valor se ignora,
lo perdemos;
al querer atraparlo, envanecemos.
Es siendo como el tiempo,
quieto,
y ahora
que desaparece.
Ya nadie se vive o se desvive.
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